Los siete locos by Roberto Arlt

Los siete locos by Roberto Arlt

autor:Roberto Arlt
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
publicado: 1929-01-01T00:00:00+00:00


LA FARSA

Al entrar, el círculo de hombres se puso de pie, mas Erdosain se detuvo estupefacto al observar entre los reunidos un oficial del ejército con el uniforme de mayor.

Estaban allí el Buscador de Oro, Haffner, un desconocido y el Mayor. Los dos primeros de codos en la mesa. Haffner releyendo unos papeles en blanco, y el Buscador de Oro con un mapa frente a él. Un pedrusco precintado impedía que el viento se llevara el dibujo. El Rufián estrechó la mano de Erdosain y éste se sentó a su lado, poniéndose a observar al Mayor, que bruscamente había despertado toda su curiosidad. Realmente el Astrólogo era maestro en sorpresas.

Sin embargo, el desconocido le produjo mala impresión.

Era éste un hombre de elevada estatura, lívido y ojos renegridos. Había en él algo de repugnante, y era el labio inferior replegado en un continuo mohín de desprecio, la nariz larga y arqueada, arrugada sobre el ceno por tres muescas transversales. Un sedoso bigote caía sobre sus labios rojos y su mirada apenas se fijó en Erdosain, pues ni bien fue presentado a él se dejó caer en una hamaca, permaneciendo así con la cabeza apoyada en un respaldar, la espada entre las rodillas y un alón de cabello pegado a su frente plana.

Y durante unos minutos todos permanecieron en silencio, observándose con evidente malestar. El Astrólogo, sentado a un costado de la entrada de la glorieta, encendió un cigarrillo observando oblicuamente a los «jefes». Así se les llamó en una reunión posterior. De pronto levantó la cabeza mirando a los otros cinco hombres que estaban frente a la cabecera de la mesa, y dijo:

—No creo necesario que volvamos a repetir lo que todos conocemos y hemos convenido en reuniones particulares…, es decir, la organización de una sociedad secreta cuyo sostenimiento se efectuará mediante comercios morales o inmorales. En esto estamos todos de acuerdo, ¿no? ¿Qué les parece a usted (a mí me gusta la geometría) que llamemos «células» a los distintos jefes radiales de la sociedad?

—Así se llaman en Rusia —dijo el Mayor—. Los componentes de cada célula no podrán conocer a los miembros de otra.

—¿Cómo…, los jefes no se conocerán entre sí?

—Los que no se conocerán, insisto, no son los jefes, sino los socios.

El Buscador de Oro interrumpió:

—Así no va a ser posible hacer nada. ¿Qué es lo que liga a los miembros de las distintas células?

—Pero si la sociedad somos nosotros seis.

—No, señor… la sociedad soy yo —objetó el Astrólogo—. Hablando seriamente, les diré que la sociedad son todos…, siempre con restricciones por lo que me atañe.

Intervino el Mayor:

—Creo que la discusión no tiene objeto, porque según tengo entendido extistirá un escalafón perfectamente establecido. Cada ascenso pondrá al miembro de célula en contacto con un jefe nuevo. Habrá tantos ascensos así como jefes de células.

—¿A cuántas asciende por el momento las células?

—Son cuatro. Yo estaré encargado de todo —continuó el Astrólogo—. Usted, Erdosain, Jefe de Industrias; el Buscador de Oro —un joven que estaba en el ángulo de la mesa,



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